Mirar y ser mirado: la contemplación en medio del mundo

Mirar y ser mirado: la contemplación en medio del mundo

El Catecismo de la Iglesia, al hablar de aquellos que ya están en el Cielo, dice que “son para siempre semejante a Dios, porque lo ven ‘tal cual es’”. Explica también que esta contemplación de Dios en su gloria es llamada por la Iglesia “la visión beatífica”.

Es difícil para nosotros en la Tierra imaginar la dicha que tendremos al mirar a Dios cara a cara, en toda su gloria y majestad. Aun si piensas en el atardecer más bello, en la canción que más te gusta, en la película que más disfrutas… Nada se acerca en lo más mínimo.

“Ya entendí”, puedes decirme. “El Cielo es algo que no me entra en la cabeza. ¿Por qué entonces me hablas de eso?”

Porque en este artículo quiero explicarte un poco sobre qué es la contemplación en medio del mundo. En esencia, es como un adelanto, un spoiler, de lo que será la vida en el Cielo, en el que miraremos a Dios y —más importante— seremos mirados por Él.

¿Qué quiere decir “mirar” a Dios”? Para entenderlo, tendríamos que partir de la definición de este verbo. La RAE lo define como “dirigir la vista a un objeto”. No quisiera, sin embargo, quedarme únicamente con esta definición. Mirar a una persona va más allá de solo verla. Mirar implica poner atención, reconocer al otro.

¿Qué ocurre, entonces, cuando miras a alguien a quien conoces muy bien? Piensa en tu mejor amigo, en tu madre, en tu novio. Con tan solo mirarle a los ojos te das cuenta si está triste, emocionado o preocupado. Mirar a la persona amada es como descubrir su alma a través de los ojos.

Mirar a Dios y saberte mirada, saberte mirado, por Él, es precisamente entrar en una intimidad tan grande que no se necesitan palabras para hablar.

 

Mirar a Dios y saberte mirada, saberte mirado, por Él, es precisamente entrar en una intimidad tan grande que no se necesitan las palabras para hablar. “Sobran las palabras, porque la lengua no logra expresarse; ya el entendimiento se aquieta. No se discurre, ¡se mira!”. Se conocen perfectamente, y comparten hasta el sentimiento más profundo, hasta la alegría más íntima. Suena bien, ¿no?

Ahora, va la pregunta del millón: ¿cómo puedo hacer eso yo? Incluso, puedes pensar: eso está muy bien para los sacerdotes y religiosos, que pueden pensar en Dios todo el día. A mí eso me queda muy lejos.

San Juan Pablo II, sin embargo, afirma que las actividades diarias son un gran “medio de unión con Cristo", una gran oportunidad de mirarlo y crecer en intimidad con Él. ¿Te imaginas lo grande que es esto? Es ser consciente de que Dios te acompaña en todo momento, en cualquier actividad, en cualquier pensamiento o deseo. Si lo unes a Él y lo haces por Él, cualquier realidad humana adquiere una “tonalidad divina”. Todo se transforma en un “diálogo de amor que se realiza en las obras”.

“La contemplación no se limita entonces a unos momentos concretos durante el día (la misa, la oración, la comunión), sino que ha de abarcar toda la jornada, ser una oración continua”. Hacer deporte, maquillarte, tomar un vaso de agua, estudiar, leer un libro o ver una serie… En todo momento estás llamado a actuar desde el corazón de Dios, viviendo en intimidad con Él.

En todo momento estás llamado a actuar desde el corazón de Dios, viviendo en intimidad con Él.

 

Podemos decir entonces que la contemplación es un “mirar a Dios sin descanso y sin cansancio”. Y no te preocupes, “Dios concede su gracia para que pueda alcanzarse en una existencia secular y laical”, es decir, en tu propia vida ordinaria.

¿Cómo hacerlo? Puedes empezar por ofrecer a Dios tu día cada mañana. Dile que todo lo harás por Él, porque le quieres y quieres darle gusto. También te puede ayudar renovar ese ofrecimiento antes de empezar cada actividad: “Señor, voy a preparar mi desayuno por Ti; esta materia que me da un poco de pereza la voy a estudiar porque te quiero”. Llena tu día de frases breves —jaculatorias— que te sirvan para estar en un diálogo continuo con Dios, y, con el tiempo, llegará el día en que no necesitarás de palabras: te bastará la mirada para vivir en intimidad con Él.

“Esto es la contemplación, un modo de orar activo pero sin palabras, intenso y sereno, profundo y sencillo” (López, 2009). Supone “saborear” el amor de Dios en todo momento, con la seguridad de que eres su hija, su hijo predilecto. Por eso podemos decir que “la vida contemplativa es la vida propia de los hijos de Dios”.

San Josemaría decía que “la felicidad del Cielo es para los que saben ser felices en la Tierra”. Ahora tienes un reto: el reto de transformar todas tus actividades y pendientes, ilusiones y miedos, alegrías y tristezas en oportunidades de mirar a Dios y de saberte mirado por Él. De esa forma, tu vida se convertirá en un spoiler del Cielo, y comenzarás a disfrutar un poco de la felicidad eterna ya desde ahora.


AGREGADO POR: María Angelica